Porque
rompes todos mis esquemas. Nunca había pensado que la vida me daría un tortazo
como este.
Siempre
había odiado y repelido esa actitud de dependencia que demuestran ciertas
personas hacia su pareja, esa impotencia que dicen sentir frente a cualquier
plan que lo incluya, esa sana adicción que tanto se lee por múltiples sitios.
Siempre he sido de las que, sin duda alguna, necesitan a sus seres queridos a
su alrededor y de aquellas a las que no les gusta poner distancias, pero que,
si se tercia y no hay alternativa posible, no sufre como si de un suplicio se
tratase cuando no los tiene a su lado. Siempre he creído que hay tiempo para
todo y que no tiene por qué haber nada que sea un “continuo”, un “siempre” que
no pueda faltar en ningún momento. Siempre he sido de las que propagan que “no
somos medias naranjas” y no hay un único alguien que pueda darte y arrebatarte
toda la felicidad.
Pero
tú… Tú me has hecho ver que sí existen todas estas cosas. Que una sola persona
en este inmenso planeta, un único y exclusivo ser, puede hacerte sentir la
persona más afortunada del universo solo con mirarte o con acariciarte la
mejilla, y, sin embargo, quitarte las ganas de todo con su simple ausencia. Que
sí, que mi felicidad ya depende de ti, que cuando veo que no te tengo todo
pierde la gracia, que cuando te oigo las comisuras de mis labios llegan a
límites insospechados y que cuando te siento… Cuando te siento sé que nada
puede conmigo, con nosotros, que aunque fuésemos solos tú y yo contra el
universo me enfrentaría a ello sin pensarlo dos veces. Y es que algo tan simple
como el roce de nuestras manos, un simple guiño de apoyo, me da siempre toda la
fuerza que necesito para seguir, para luchar, para confiar en que todo puede
salir bien.
Porque, sin duda, las fusiones perfectas es lo que tienen.
Indestructibles, irrevocables.